martes, 24 de julio de 2007

Alegría vs tristeza

La semana pasada un nuevo miembro llegó a mi familia, una niña, morena y muy tranquila, a unos centímetros de ella y su madre, en la cama de al lado, una pareja primeriza de marroquíes, acababa de dar a luz un niño.

El padre. Trabajador ilegal de la construcción, por lo que no tenía el tan famoso y recién estrenado, permiso de paternidad de quince días. Durmió junto a su mujer en una silla, durante todo el ingreso, que duró más de lo normal. Se levantaba a las 7 se aseaba allí y marchaba a la obra, a partir de las ocho de la noche llegaba de vuelta, y traía algo de comida para su mujer.

La madre. No sabía apenas hablar español, con la consiguiente dificultad que tiene el no poder comunicarse con los médicos, sobre todo si el caso es un tanto especial, e incluye problemas médicos. La comida. Eran musulmanes, y como bien es sabido, no pueden comer carne de cerdo, cuando no la servian lentejas con chorizo, era filete de cerdo, con todo esto, la mujer no comía nada de lo que le daban en el hospital.

Cuando se reunían por la noche, comían algo juntos, de lo que el marido traía del supermercado, y mientras, su hijo, un niño que pesó un kilo al nacer, permanecía en la incubadora. La mujer pasaba todo el día sola en la habitación, nunca tuvo una visita, salvo las pernoctaciones de su marido, que si hablaba algo de español. Los días de la mujer transcurrían entre paseos a la incubadora para ver al niño, horas en la cama y muchos ratos de soledad.

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