domingo, 7 de junio de 2009

Historia de la bici en Torrelavega

De donde no debieran de haberse ausentado pues se está demostrando que este instrumento es el ideal para terminar con el caos circulatorio de nuestras ciudades. La bicicleta y Torrelavega han ido y rodado juntas desde hace casi un siglo. Nuestra ciudad fue llamada la ciudad de las bicicletas allá por los lejanos años cincuenta del pasado siglo, cuando con motivo de disputarse el Circuito Montañés, un cronista deportivo del Correo Español-El Pueblo Vasco que cubría la información decía que no había visto nunca tantas bicicletas por las calles. Decía que, junto con Eibar, donde se fabricaba la famosa BH, éramos la capital de España de la bici.

Hoy gracias al El Diario Montañés, que le sigue patrocinando, seguimos los aficionados disfrutando del Circuito Montañés, la mejor prueba mundial en la categoría amateur.

La certeza de tal afirmación la daba el hecho que en Torrelavega estaban matriculadas por entonces unas 5.000 bicicletas. Lo acreditaba la numeración de la chapa del Ayuntamiento que junto con otra de la Diputación llevaban las bicis en su frontal y que unidas con los documentos que había que aportar, so pena de sanción, acreditaban las riadas de ciclistas que circulaban por la ciudad camino de sus trabajos. Porque la bici era ante todo una herramienta de trabajo y formaba parte de ajuar de una familia. Apenas unas decenas de coches y unas pocas motocicletas competían con el reinado del ligero velocípedo como fueron llamadas en sus comienzos.

Poseer bici, cosa que muchos no podían tener, era como un 'status' social y su llegada al hogar cuando era de reciente adquisición era celebrada como un acontecimiento como hoy lo es la compra de un buen coche. Las empresas disponían de largas tejavanas para dejar las bicis colgadas en horas de trabajo
Tener bici significaba que el padre o el joven pinche que se iniciaba en el mundo del trabajo ya no dependían del tren o andando para llegar al tajo. Era una forma de ahorrar unos céntimos al exiguo salario que se percibía entonces. Por aquel tiempo había una forma más soportable para acceder a la compra de una bici. Había una firma crediticia en Torralevega, Créditos Eja, que sin avales ni garantías, adelantaban el valor de una bici, que era de una 500 a 1.000 pesetas, que luego, en módicos plazos de 25 pesetas mensuales, se iban devolviendo.

Extraordinaria era aquella entidad de gran fama y prestigio, verdadera banca de los pobres, que con la sola presunción de honradez del cliente, prestaban el dinero sin dudar que sería devuelto. Bien es cierto, que por entonces, a pesar de la estrechez y penuria en que se vivía, la gente no compraba aquello que no podía pagar, eso sí, con gran sacrificio. También estaban los dueños de los garajes que hacían una labor muy parecida. Quizás el primero fue Serafín, que había sido un buen ciclista y Campeón Provincial, quién vendía las bicis al 'fiado' y devuelto su valor en plazos, coincidiendo con las pagas de las fábricas. Sin olvidar a Piano Marañón con igual sistema. Atravesar la ciudad por la calle Jose Mª Pereda, camino de la fábricas de Sniace, Solvay, La Ferretera o Hinojedo, miles de bicicletas diariamente era una sinfonía desafinada producida por el bote de las bicis sobre el adoquinado y los baches donde sonaban las fiambreras, las tarteras y los cubiertos de la cesta de la comida que el ama de casa había preparado de madrugada al marido o a los hijos. De madrugada, y al anochecer, los faros de las bicis, alimentados por las dínamos, eran puntos luminosos, como luciérnagas circulando por calles y carreteras.

Torrelavega tenía más garajes de bicis que concesionarios de coches hay en la actualidad: Otero, Serafín, Marañón, El Pedal, Hnos. Bolado, Eguren, Gándara Julio San Emeterio, Adolfo Cruz, etc, etc. Precisamente, debido a la rivalidad de estos dos últimos, ídolos locales, la afición de Torrelavega se dividió en dos bandos irreconciliables. Enfrentamientos verbales y físicos 'adornaban' cada carrera en que participaban. Como niño vi más de una 'engarra' entre partidarios de uno y otro tanta era la pasión que suscitaba el ciclismo.

Era lógico que con más de 5.000 bicis la competición surgiera cada día camino del trabajo. Los más jóvenes se 'picaban' subiendo La Montaña, Quijas o Las Quintas a la ida o la vuelta. Lo que era obligación, camino de la empresa, devenía en muchachos que comenzaban a competir en carreras. Imposible desde aquí nombrar la pléyade de chavales que fueron ciclistas de mucha fama en la comarca y con gran provenir si hubieran sido estos tiempos, y no aquellos en que el comer era el primero de los destinos del jornal de pinches, aprendices y repartidores de comercios. Fuimos muchísimos, entre ellos yo mismo, los que intentamos, todo hay que decirlo, con adversa fortuna, después de varios años de competición, alcanzar la gloria en el ciclismo porque era lo que veíamos en nuestros ídolos de entonces.

Ningún deporte ha dado a Torrelavega tanto prestigio en el mundo como la bicicleta. Comienza con los Otero, Madrazo, Enrique San Emeterio o Casimiro "El Chato y continua con Vicente Trueba, cuando en el año 1933 se proclama primer ganador del Premio de la Montaña del Tour con el sobrenombre del la 'Pulga de Torrelavega' que le adjudicó Henry Desgranges, su director, en razón de su forma de pedalear. Por el Tour pasaron Martín Piñera, San Emeterio el mejor ayudante de Bahamontes cuando ganó el Tour del 59 o Cruz, y llegando esta nueva época dorada, a Óscar Freire, tres veces como campeón del mundo.

Los ayudantes de fruterías, lecherías, pescaderías, panaderías, etcétera, teníamos unas bicis a las que enganchábamos los populares remolques, precursores de los ya avanzados motocarros, con los cuales repartíamos por toda la ciudad. Tal era la cantidad de estos remolque que un año hubo hasta una prueba ciclista durante las fiestas de La Patrona. Algunos, por la velocidad, volcaban en las esquinas con gran susto y regocijo de los espectadores. Creo recordar que aquella prueba la ganó Donato San Emeterio, del Cotero, fuerte ciclista aficionado. Se disputaba también el Descenso sin cadena de la Montaña, prueba en sí muy peligrosa pues teníamos que bajar sin tocar el freno apara conseguir la mayor distancia y así poder llegar, por lo menos, hasta la Continental, en el Paseo de Torres. Huelga decir que los de mayor peso tenían más ventaja, que los demás suplíamos con habilidad y picardía. Por fin Torrelavega pone en las calles las bicis, de alquiler, en varios puntos estratégicos de la ciudad. Volver a la popular bici puede humanizar nuestras calles, aportando una forma económica, rápida, saludable y ecológica. Europa las usa y las respeta.
No hemos de ser nosotros menos, cuando fuimos.

Tribuna de Jesús Gutierrez Llano

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